El Reich del pederasta

Por Manuel Délano
para El País (España)
Publicado el 17 de agosto de 1997

A la espera de la orden final la policía chilena aguardaba en agosto de 1997 preparada para el asalto a Colonia Dignidad, el bastión de la secta fundada por un enfermero de Hitler en Chile, sede de abusos atroces.

Vista de la puerta principal de Colonia Dignidad en Parral, 300 km al sur de Santiago de Chile. REUTERS
Al sur de Chile, a 40 kilómetros del pueblo de Parral, donde nació Pablo Neruda, existía una fortaleza repleta de cámaras y micrófonos que en el agosto de 1997 horrorizó a Chile y al mundo entero. En los terrenos de la finca Villa Baviera, dentro de sus 13.000 hectáreas, tan grandes como 13.000 campos de fútbol, se asentaba desde hacía 36 años una secta llamada Colonia Dignidad. Fue fundada por Paul Schäfer, un antiguo enfermero nazi que gobierna sobre sus 300 feligreses ejerciendo la tortura. Ahora, además, pesan sobre él las acusaciones de violación y abuso de menores, adopciones ilegales, desaparición de personas, evasión de impuestos, impago de salarios e incomunicación de sus habitantes.

La policía chilena esperaba una orden judicial para irrumpir en la finca. Mientras tanto, los chilenos se desayunaban cada día con una nueva historia de los seguidores de Scháfer que lograron escapar del fortín.

Más que asombrosa resulta espeluznante la similitud de los testimonios del primero de los evadidos de la Colonia Dignidad, hace 31 años, y del último, hace menos de un mes. Aunque ambos tienen el apellido Müller y son alemanes, no son parientes. Aunque los dos vivieron toda su adolescencia en el lugar, no se conocieron, separados por más de tres decenios. Les une el coraje: para romper con el líder de esta secta, Paul Schäfer, de 76 años, el deseo de acabar con su tiranía sexual y el haber sido violados por éste.

Los niños 'ayudantes'


Wolfgang Müller huyó en 1966, cuando tenía 21 años, de los terrenos de Villa Baviera. Contó que cuando él tenía 12 años, Schäfer, a las seis horas de conocerlo, le llevó a la cama y abusó de él. Wolfgang Müller advirtió: "Para los colonos, Schäfer es el dictador. Lo que él pide se hace sin discusión. En la Colonia hay rnuchos niños, aproximadamente 70 menores de edad, y sus actividades homosexuales continúan. Cada día un niño hace turno como ayudante de Schäfer, lo que incluye dormir con él".
Al emigrar, Schäfer engañó a los alemanes y a los chilenos.

Tobías Müller, de 24 años, se evadió en julio pasado con su amigo Zalo Luna, de 18. Tobías relató que después de ducharlos Schäfer escogía a un niño para llevárselo a la cama. Cada 18 días un menor debía cumplir un turno diurno y nocturno, el "servicio" lo llaman eufemísticamente, con Schäfer.


Si el relato de Wolfgang reveló la existencia de la secta, los de Tobías y Zalo estremecieron a la sociedad chilena y dejaron a Schäfer virtualmente sin apoyo, salvo el de los colonos que lo consideran su führer.

El mayor enigma de la enigmática Colonia Dignidad era descubrir cómo, a pesar de las numerosas acusaciones, disfrutó de absoluta impunidad durante 36 años. Aún en el momento de máximo acoso contra la secta en Chile, con el lugarteniente de Schäfer y portavoz de la Colonia, el médico Harmut Hopp, en prisión por encubrir a su líder, con el hospital cerrado porque sus enfermeras no estaban autorizadas para desempeñar su profesión en el país, enfrentando sus dirigentes más de 30 juicios, una investigación de un juez especial, otra del Parlamento, el hostigamiento diario de los organismos del Estado, allanamientos de la policía, la presión de la prensa, la amenaza de expulsión del país y con su líder prófugo desde el año pasado, persisten en su desafío a la justicia y al Gobierno.

La dinámica contra Schäfer, que comenzó durante el Gobierno del presidente Patricio Aylwin (1990-1994), cuando éste le quitó en 1991 la personalidad jurídica a la Sociedad Benefactora Colonia Dignidad -a pesar de las protestas de la derecha, los mejores amigos de los colonos-, continuó con los procesos por fraude tributario, prosiguió con las denuncias por abuso y violación de menores y culminó con la denuncia criminal por la desaparición de 112 detenidos políticos en la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), que el juez deberá investigar. Hasta los abogados de Schäfer renunciaron a representarle en vista de sus reiteradas negativas a presentarse a declarar ante el juez. El apoyo que podía recibir el líder estaba restringido al de los colonos, un grupo de 300 alemanes Cristianos a quienes Schäfer persuadió con sus dotes de predicador para emigrar a Chile en 1961 y donar sus bienes a la misión para la cual los convocó: emigrar para practicar la caridad con los niños pobres y huérfanos de Chile después de los terremotos de 1960.
El psiquiatra Luis Peebles contó que Schäfer dirigía las torturas y enseñaba a los chilenos a aplicarlas. Describió al jerarca como un "sádico sexual".
Al emigrar, Schäfer engañó a los alemanes y a los chilenos. En su tierra pudo eludir a la justicia, que ya lo buscaba para interrogarle por denuncias de sodomía. En Chile, donde la emigración teutona pobló en el pasado extensas zonas del sur del país, fue recibido con los brazos abiertos. Ya al principio Schäfer obligaba a los matrimonios a dormir separados, por sexos, y a todos por edades, y prohibía salir y beber alcohol. La televisión y la prensa estuvieron siempre proscritas. "El lema era 'el trabajo nos hace felices'. Yo, y todos, le obedecíamos ciegamente. Con Schäfer me confesaba de todo", ha contado el empresario Heinz Kuhn, uno de los colonos fundadores, que después escapó para renegar del predicador.

La fuga de Wolfgang Müller fue la primera señal de alerta. Dos años después, la Cámara de Diputados formó una comisión investigadora. El entonces senador Patricio Aylwin, después de visitar Colonia Dignidad, se convirtió en uno de sus críticos.

Afirmó ante el Senado: [Allí hay] "un verdadero régimen policial que mantiene a sus colaboradores o a sus protegidos en condición análoga a la de prisioneros". Señaló también que las leyes chilenas no regían dentro de la colonia.

Treinta años debieron pasar para que estas denuncias fueran oídas y el Estado actuara exigiendo a los colonos el cumplimiento de las leyes. Bajo el Gobierno del socialista Salvador Allende, la Colonia Dignidad pasó casi inadvertida, en medio de la áspera lucha política y los problemas económicos.


Fue entonces cuando Schäfer, un fervoroso anticomunista, antiguo enfermero en el Ejército nazi, inició su colaboración con la extrema derecha, dando refugio a dirigentes del grupo nacionalista Patria y Libertad y entrenando comandos que atentaban contra el Gobierno izquierdista. Después del golpe militar de 1973, el recinto pasó a ser campo de adiestramiento de agentes de seguridad.

Uno de ellos, Juan Muñoz, relató a la Iglesia católica, antes de ser asesinado en 1977, que en Dignidad existían cárceles subterráneas, equipos de comunicación de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA, el mayor aparato de represión del régimen militar) y que todavía estaban vivas, detenidas en ese campo, 112 personas que hoy engrosan la lista de mil desaparecidos. Dijo que estaban "en malas condiciones físicas, muchos de ellos al borde de la locura".

'El profesor'

Otro ex agente de seguridad arrepentido, Samuel Fuenzalida, declaró que debió trasladar a Álvaro Vallejos, un militante hoy desaparecido, desde un campo de torturas de Santiago hasta la Colonia. Allí lo recibió el "profesor", que diez minutos más tarde regresó sin el prisionero, e hizo un gesto indicando que estaba muerto. Años después reconoció al "profesor": era Schäfer.

Uno de los que pasó por ese lugar, y sobrevivió, el psiquiatra Luis Peebles, ha contado que Schäfer dirigía las torturas y enseñaba a los chilenos a aplicarlas. Describió al jerarca como un "sádico sexual".

La maestra de párvulos Lotti Packmor, que pudo huir en 1985, contó en Alemania que los niños eran drogados y debían dormir desnudos, de espaldas. A veces les aplicaban descargas eléctricas en los testículos. "Yo estuve allí cuando los chicos recibían esas descargas. Se les hinchaban terriblemente los testículos".

Y si se fracasaba en la fuga, malo. Un empresario relató que fue drogado durante 17 días por intentar irse.

La entrada de la policía en la Colonia para dar con el paradero de Schäfer se dilataba desde hacía meses. Los colonos habían amenazado veladamente con el suicidio, y los dos últimos evadidos creían que habría resistencia armada. También contaron que los agentes de la zona avisan al interior de sus operaciones con antelación, por lo que los asaltantes no contaban con el factor sorpresa.

Los gustos del Tío Permanente

A Paul Schäfer los niños le llaman el Tío Permanente, mientras que los adultos están obligados a decirle Papaast (el Papa, en alemán).
Capaz de citar versículos de la Biblia de memoria, seductor, bromista y severo, amante de la música, frugal en la mesa, exige la sumisión absoluta de sus súbditos. Esta se materializa en la ceremonia cotidiana de la confesión que todos los colonos deben hacer ante él, revelando sus pensamientos íntimos. El mayor pecado es, justamente, no decirle toda la verdad.
Su lugarteniente, el médico Harmut Hopp, ahora en prisión, explicó en una ocasión que Schäfer "se adapta a los niños y tiene muy claro cómo ganarse su confianza". Al jerarca de Dignidad sólo le atraen sexualmente los varones niños o adolescentes. Se acuesta con ellos dejando una pistola en el velador, junto a su cama. Todos los que se han fugado coinciden en describir que siente desprecio por las mujeres. Prohíbe las relaciones sexuales, y sólo autoriza los matrimonios de adultos que él selecciona cuando superan los 40 años.
Nacido en Sieburg, cerca de Bonn, perdió su ojo derecho cuando era niño, al clavarse casualmente un tenedor; desde entonces usa una prótesis. Trabajó en un circo, y durante la II Guerra Mundial se enroló en el Ejército. En los años cincuenta comenzó su labor como predicador en una comunidad evangélica, hasta que buscó socios para su aventura en Chile